dimarts, 14 de febrer del 2012

NUESTRA EXPERIENCIA CON LA EXPRESIVIDAD


No tengo una gran experiencia con la expresividad, no obstante existe, y remonta a los inicios escolares. Todo lo que recuerdo relacionado con este concepto en la etapa de primaria tiene que ver con los bailes y las actuaciones de final de curso. Los primeros cursos nos las enseñaban los maestros de educación física, y ya en el tercer ciclo de primaria, nos las inventábamos nosotros. Recuerdo que en sexto, a parte del baile que hicimos las chicas de mi clase, participamos todos en una rueda de salsa. Esa coreografía, en cambio nos la enseñó una maestra que daba clases de baile de salón, a pesar de ser muy básica, a los chicos les costaba muchísimo más que a las chicas.

Una vez adentrados en la ESO, la educación física se basaba en una enseñanza de instrucción directa, donde el maestro nos dictaba los ejercicios y nosotros obedecíamos las órdenes tal como él nos lo indicaba. No obstante, recuerdo que en tercero, en la asignatura de castellano realizamos un teatro para representar una obra que estábamos estudiando en clase. La obra era la historia de una familia en la vida cotidiana, el padre ejecutivo que llegaba tarde a casa, la madre que no salía de la cocina y se ocupaba de los tres niños (esa era yo), los niños que lo revolvían todo y el abuelo, que siempre se quejaba de lo que hacía la madre, el cual era el protagonista. Hacer esta obra supuso que se nos quitara un poco el miedo escénico, ya que teníamos que representarla delante de tres cursos, incluidos los de bachiller, que al ser más mayores que nosotros daba mucha más vergüenza, por lo menos a mí.

Cuando entré en bachiller experimenté alguna que otra situación con la expresividad. Recuerdo un ejercicio que realizamos en educación física, donde la profesora nos ponía un tipo de música, desde muy lenta a rápida, y nosotros teníamos que expresarnos, moviéndonos por el gimnasio según nuestro cuerpo lo sintiera. No obstante, la gente de clase no se lo tomaba en serio, principalmente hacían tonterías. Otra actividad, fue más dirigida a la relajación e imaginación que a la expresividad. Nos acostamos en colchonetas y la profesora puso música, entonces nosotros teníamos que crear en nuestra mente situaciones que nos gustara que pasara o lugares donde nos gustaría estar y con quien. Luego lo teníamos que escribir en una hoja y entregárselo, aunque no volvimos a saber nada de esas hojas.

En definitiva, pienso que a la mayoría de personas nos cuesta mostrar nuestros sentimientos o básicamente mostrarnos a nosotros mismos delante de un público, sobre todo si no lo conocemos. Tenemos ese miedo al ridículo, al hecho de no “hacerlo bien”, de equivocarnos o de trabarnos con las palabras. Por tanto, yo creo que deberíamos quitarnos esos miedos y esos prejuicios, y lo más importante es empezar desde cero, es decir, cuando somos niños. Por eso, creo que el maestro, en la educación primaria debe empezar el inicio de esa trayectoria para que en un futuro no pase lo que nos está pasando a la mayoría de nosotros.
                                                                                        


Marta Fornes                                                              




Volviendo la vista al pasado, intentando recordar mi experiencia con la expresividad, me viene a la mente la primera coreografía que hice cuando tan solo contaba con seis años de edad. El motivo por el cual la realizamos fue nuestra graduación. ¡Por fin nuestra etapa como alumnos de infantil había acabado! Las tutoras nos la enseñaron con pasos sencillos y la mayoría de ellos estáticos, aunque en aquel momento una sensación de vergüenza me invadía al tenerla que bailar delante de todos los niños, padres y profesores del colegio.

Con el paso de los años recuerdo mi etapa por la educación primaria, en la que todos los años bailábamos para la fiesta de final de curso. En los primeros ciclos el maestro de educación física era nuestro guía y el que nos enseñaba las coreografías, pero en tercer ciclo teníamos que ser nosotros mismos los que dejáramos volar nuestra creatividad e imaginación y montar una gran coreografía. Recuerdo los momentos de tensión que sentíamos, los cambios de opiniones, las disputas porque cada uno quería las cosas de una forma, pero finalmente llegaba el momento, y ahí estábamos, delante de mil ojos viéndonos actuar.

Pasando a la etapa de educación secundaria recuerdo a un gran profesor, Antonio, el cual era muy constante y nos planteaba retos que veíamos imposibles de superar. Con él empezamos a practicar acrosport, recuerdo sensaciones agradables de aquel momento y los ratos de risas que pasamos entre todos los compañeros. También realizamos otra serie de ejercicios como desplazamientos al ritmo de la música, intentando transmitir aquello que nos hacía sentir. Por último realizamos un baile final por grupos que tenía un gran peso en la nota, aquella coreografía la practicamos durante casi dos meses en clase, pero aparte quedábamos fuera del horario escolar, nos llevó demasiado trabajo, ya que también contaba el vestuario, el decorado, etc. y claro, todos queríamos ser el grupo más original. A pesar del trabajo que nos llevó tener el baile bien montado, estuvimos muy satisfechos del resultado final.

Para finalizar hago una pasada por mi etapa en la universidad, y concretamente en la asignatura de didáctica de la educación física, en la que trabajamos cantidad de bailes como salsa, hip-hop, etc. donde también practicamos acrosport  e interpretamos un teatro. Considero que aprendimos mucho de esta asignatura y que el maestro nos lo transmitió de una forma práctica y agradable. 

Por tanto todos mis recuerdos en relación con la expresión corporal durante mi etapa estudiantil son agradables, aunque me hubiera gustado que algunos profesores la hubieran trabajado más. Es una forma de transmitir lo que sientes e ir perdiendo la vergüenza, puesto que a la mayoría de los jóvenes nos cuesta enfrentarnos a la realidad por miedo al ridículo.


Rocío Rodado
      



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